Tuve el gran privilegio de nacer en una familia de padres cristianos, en Kilkeel, un pueblo pequeño en la costa sudeste de Irlanda del Norte. Mis padres, cada domingo nos mandaban a mí y a mis cuatro hermanos a la escuela dominical, a los cultos y demás reuniones en la iglesia, con la intención de que algún día llegáramos a conocer a este Dios tan maravilloso. He aprendido las historias bíblicas y también la gran necesidad de mi alma de nacer de nuevo en Cristo. Pero bajo la mala influencia de amigos del colegio me rebelé contra las cosas de Dios pensando que la felicidad se encontraba en los placeres de este mundo. Trabajé duramente como carpintero ahorrando cada penique para poder comprarme una moto, pensando que esto me daría la libertad para poder hacer lo que yo quisiera. Un día llevé a un amigo en mi moto para visitar a un tío suyo en Craigavon, y fue allí donde me encontré con una familia que antes ha había vivido  muy cerca mi casa en Newry. Vi algo en ellos que era justo lo que yo andaba buscando, la felicidad. Aunque no comprendía como podían serlo, ya que carecían de las cosas que a mi modo de ver eran esenciales poder divertirse y ser feliz.  No supe hasta después en una conversación telefónica que ellos eran todos cristianos. Me parecía increíble que jóvenes pudieran gozarse yendo a una iglesia porque para mí eso era solo un aburrimiento. Me hablaron y poco a poco empecé a descubrir que yo estaba en una posición de peligro delante de un Dios Santo que un día me juzgaría y sin lugar de dudas, me castigaría en un lago de fuego para toda la eternidad. Anteriormente a todo esto había sufrido  dos accidentes de moto y en ese momento pensé que si hubiera muerto en ellas, ahora podría estar en el infierno justamente por ser un pecador y un rebelde contra un Dios tan amoroso que se preocupó de proveer todo para mi salvación. ¡Qué ingrato al despreciar la buena enseñanza de mis padres e iglesia! Viendo mi ruina y miseria delante de Dios y la incapacidad total del mundo para llenar el vacío dentro de mí, me arrodillé al lado de mi cama pidiendo la misericordia y el perdón de Dios, dándole las gracias por Su Hijo Jesucristo que tomó mis pecados sobre sí, al morir en la cruz. 
Aquella noche con una fe sencilla confié  en el Señor plenamente y aunque no tuve ningún amigo cristiano en Kilkeel, encontré la paz y la felicidad que jamás pensé que fuera posible.

Más tarde, a pesar de que nunca fui un buen estudiante por el afán de divertirme en las cosas del mundo, el Señor me llamó a entrar en el colegio bíblico. Después de dos semanas dando mis excusas del porqué no podía hacerlo, me reprendió el Señor con el pensamiento: ¿qué he hecho Yo para ti? Cuando pensaba en eso, en el amor tan grande mostrado al mandar a Su Hijo Jesucristo a morir en la cruz para librarme del pecado y de la muerte, entregue mi vida en Sus manos para que hiciera de mí lo que Él quisiese. Unos años después de salir del colegio el Señor me llamó a predicar el evangelio en España. Y aquí estamos solamente por Su poder, voluntad y ayuda.

Lyle Boyd
Pastor de la Iglesia Cristiana Evangélica de la Sierra de Segura (Jaén)

 

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