Testimonio de conversión Carlos Corrales

Empezaré contando mi testimonio en orden cronológico inverso. En la actualidad tengo cuarenta y tres años, mi esposa que me acompaña desde que teníamos ambos quince años de edad, un hijo de veintidós años y una hija de diecisiete.

Llegué a España procedente de Colombia mi país natal, en diciembre del año dos mil y me incorporé a la iglesia en Alcorcón desde el mismo mes.

Muchas cosas buenas el Señor me ha brindado durante estos quince años en mi congregación. Llegué recién converso del catolicismo, mis inicios en el evangelio fueron en una iglesia carismática en abril del año dos mil, así que no tuve mucho tiempo de andar en esa doctrina. Cuando llegué a mi congregación, descubrí las doctrinas de la Gracia y me enamoré de ellas. La centralidad de la predicación, la solemnidad del culto, la total suficiencia de la Escritura, y el testimonio de ver con mis propios ojos como el Pacto de Dios se cumple en las distintas generaciones de la membresía, han afirmado mi fe y consolado mi corazón durante todos estos años.

Tuve la oportunidad de estudiar a distancia en el Colegio Bíblico de la Gracia en el año dos mil uno, donde descubrí la historia de la iglesia, aprendí a defender mi fe y mi pastor Juan Hanna hizo de profesor de homilética dándome los conocimientos necesarios para poder predicar el mensaje del Evangelio. Gracias a estos conocimientos tan básicos adquiridos en un año de estudio en los trenes y metros de Madrid mientras iba de camino a mi trabajo pues era el único tiempo libre que me quedaba, he podido dar testimonio de nuestro Señor Jesucristo en innumerables ocasiones en distintas congregaciones de España pudiendo ayudar con gozo a distintos pastores que han tenido que ausentarse de manera temporal y en alguna iglesia que lleva desde hace varios años sin pastor. Esto no ha sido cosa una iniciativa propia, lo maravilloso del asunto es que el Señor ha dado tal cantidad de dones en nuestra pequeña congregación, que en algún domingo hemos podido atender a la vez hasta tres iglesias distantes entre sí cada una por un viaje de tres horas.

Dicho esto, se puede alabar al Señor por la forma maravillosa en la cual el pastorea a su pueblo. Un extranjero que emigra desde un país lejano, es discipulado, formado y usado para presidir como anciano gobernante y predicar el evangelio al pueblo que lo acoge. Se podría pensar que es un progreso lógico, pero nada más lejano de la realidad.

Soy hijo de madre soltera, pasé mi niñez con mis abuelos y cuando mi abuela murió, pasé a vivir en la familia de la hermana de mi madre y con mi madre me vine a reencontrar después de mi conversión, cuando restablecimos el contacto por teléfono pues ella ya vivía en España

Nací por accidente en un caluroso pueblo, pero crecí en Medellín que es la segunda ciudad del país. Los recuerdos buenos de mi infancia son al lado de mi abuela leyendo la Biblia. Ella era una mujer católica muy involucrada en las actividades de la iglesia del barrio, era catequista. Pero lo extraño en mi abuela, es que era una católica que leía la Biblia y esto influyó mucho en lo que sería el resto de mi vida pues el Señor la usó para grabar a fuego en mi mente “Que el principio de la sabiduría es el temor del Señor” y para familiarizarme con la Escritura.

No era un niño especialmente difícil, y recuerdo que se me valoraba como buen niño, al punto que el sacerdote del barrio que me conocía por mi abuela, me dio la oportunidad de ser monaguillo después que ella muriera. Estuve poco tiempo en esta labor pues a pesar de mis nueve años ya me daba cuenta que aquello solo era un ritualismo desprovisto de vida.

La cosa se complicó cuando llegó mi adolescencia. Eran los años ochentas, los carteles de la droga campaban a sus anchas en mi ciudad y toda mi generación fue pervertida por su maldad y el veneno de su dinero maldito. Me vi envuelto en toda clase de fechorías y con quince años me fui de la casa de mi tía a vivir la vida y a los dieciocho años terminé con una herida de bala en una pierna y escondido en el Ejército pagando el servicio militar obligatorio.

Me gustó la vida militar y después de año y medio, me quedé como soldado profesional por otro año y medio más sirviendo en un grupo especial de una unidad de contraguerrillas. Como todos saben Colombia tiene un conflicto armado por razones políticas hace más de 60 años a parte del problema de las drogas y yo tomé parte activa tanto como militar como delincuente juvenil en ambos escenarios.

A los tres meses de haber entrado al Ejército, hubo una ceremonia militar y al final nos regalaron los Gedeones un Nuevo Testamento a cada soldado, muchos no hicieron caso de él pero yo lo leí. Allí comienza mi conversión, solo, en las montañas de los Andes, leyendo los salmos que mi abuela me leía de niño comprendí que en todas mis malas acciones siempre pude caer más bajo pero siempre hubo algo que me frenaba, la mala conciencia de saber que había un Dios al cual temer.

Salí del Ejército, me case con mi novia y tuvimos nuestro primer hijo y todo parecía ir bien, trabajaba, la mayoría de mis amigos de fechorías juveniles estaban muertos o presos y yo solo pensaba en disfrutar de mi familia pero los hijos de mi tía, menores que yo, mis primos con los cuales había crecido y que eran para mí hermanos, empezaban la andadura en el mal camino que yo pasé en mi adolescencia. El menor no tuvo tanta “suerte” como yo y con solo quince años fue asesinado creando un lio terrible que desencadenó en el asesinato de su padre, el cual fue como mi padre.

Me entregué a la bebida y para matar el tiempo que me quedaba a la lectura bíblica y esta despertó en mí una lucha tremenda con el tema de la justicia. Pensaba que toda mi vida era una injusticia. Crecer sin padre y sin madre, morir mi abuela, mi hermano y mi padre de crianza, todo era una injusticia pensaba hasta que encontré este texto de Romanos 5: “…

también nos gloriamos en las tribulaciones, sabiendo que la tribulación produce paciencia; y la paciencia, prueba; y la prueba, esperanza; y la esperanza no avergüenza”

Esto fue peor, la lucha se acrecentó en mi interior pues era obvio que estaba en tribulación pero esto solo había producido en mí rencor y venganza pero no Paciencia y esperanza.

Regresé a la misa que hacía muchos años no iba, rezaba las oraciones que sabía pero esto no calmaba mi ser hasta que empecé a ver un programa evangélico en la tele y me gustó la sencillez de las explicaciones y la forma como sacaban enseñanza de la Biblia para todo, cosa que en la iglesia católica todo era un lio de palabrería repetitiva, oraciones a los santos y a la virgen que no estaba en ninguna parte de la Biblia que era lo único que yo entendía tenía autoridad por ser Palabra de Dios.

Se llegó la semana santa del año dos mil y el domingo de ramos fui a la iglesia evangélica y quedé encantado con la predicación y el afecto de los hermanos, regresé esta vez con mi esposa el jueves pues aprovechando los días festivos, la iglesia hizo una campaña de evangelización donde explicaban los eventos que se recordaban esa semana y el viernes también fui y aquel día el Espíritu me quebrantó al confrontarme con mi pecado ante la sola idea de saber que Cristo murió por causa de mis pecados ¡Eso si que fue una injusticia! Pensé, si la culpa era mía porque la pagó Él. Entonces entendí Romanos 5 pues vi el contexto:

Justificados, pues, por la fe, tenemos paz para con Dios por medio de nuestro Señor Jesucristo;

por quien también tenemos entrada por la fe a esta gracia en la cual estamos firmes, y nos gloriamos en la esperanza de la gloria de Dios. (…)

Porque el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que nos fue dado.

Porque Cristo, cuando aún éramos débiles, a su tiempo murió por los impíos. Ciertamente, apenas morirá alguno por un justo; con todo, pudiera ser que alguno osara morir por el bueno.

Mas Dios muestra su amor para con nosotros, en que siendo aún pecadores, Cristo murió por nosotros.

Aquel día todo cambio y el Señor transformó una vida violenta en una vida de esperanza de la cual es imposible avergonzase.

Es esta misma Esperanza la cual deseo compartir el resto de mi vida y aunque mi llamamiento viene casi con mi conversión, estuve sosteniendo desde entonces una lucha en mi interior que hasta ahora no había conseguido comprender. Siempre hubo algo que frenara mi decisión de dar todo mi tiempo para el Señor y solo hasta el domingo (12/04/2015) a través de la predicación del pastor IAN HARRIS en Alcorcón vine a comprender el porqué de esta lucha.

El Señor ha usado todo este tiempo para prepararme para el ministerio pues ahora puedo ofrecerle mis labios para predicar y mis manos para trabajar pues me ha dado dones manuales que nunca pensé iba a tener y que están a la disposición de la iglesia donde vaya.

Mi llamamiento hermano es a servir como misionero en cualquier lugar de habla hispana (Esto por el idioma) donde la iglesia esté pasando pobreza y violencia pues creo que el Señor me ha dado las herramientas necesarias para trabajar en tales condiciones. Este es el texto de mi llamamiento, He ido en pos de Él y ahora espero llevarle muchas almas dolidas como estuve yo.

“Y les dijo: Venid en pos de mí, y os haré pescadores de hombres.

20 Ellos entonces, dejando al instante las redes, le siguieron.” Mateo 4:19-20  

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