Transcurrían los años de la guerra civil española. Por aquel entonces me encontraba con mi marido y mis hijos en Algeciras. Él era Guardia Civil de costas. La guerra estaba en pleno apogeo, fue entonces cuando casualmente me encontré un tratado que hablaba de la Biblia. Afortunadamente yo había aprendido a leer en mis años más jóvenes, salvándome del enorme analfabetismo que reinaba sobre todo entre las mujeres de aquella época. Cuando leí aquel tratado me llamó la atención y despertó enormemente mi curiosidad, ya que yo era una persona temerosa de Dios y muy religiosa.

En cuanto tuve la oportunidad lo comenté con una vecina y para mi sorpresa ésta poseía una Biblia, aunque bien escondida por la prohibición tan rotunda impuesta en aquel entonces por la Iglesia Católica. Le pedí a la vecina la Biblia y comencé a leerla. Y así surgió mi primer contacto con la Palabra de Dios sin importarme los problemas que esto pudiera acarrearme. Pues era muy grande la sed que tenía de Dios. Salmo 119:130 “La exposición de tus palabras  alumbra; Hace entender a los simples.”

Un poco después cambié mi residencia a San Roque cerca de la línea y de Gibraltar, donde había una pequeña capilla evangélica cerrada al estallar la guerra. (pero los creyentes seguían reuniéndose a escondidas para ofrecer culto al Señor). A través de mi hijo hice amistad con una mujer creyente que me explicó el mensaje de la Salvación. Yo quedé tan impresionada que cada día estaba deseando ir a su casa. La Palabra del Señor fue penetrando poco a poco en mi corazón, pues a los muchos días le pedía al Señor que perdonara mis pecados y que entrara en mi corazón, pues la sangre de Cristo es la que nos limpia de todo pecado.(1 Juan1:9) El gozo que yo sentí aquella noche fue indescriptible. Cerraba los ojos y todo era luz.

Después empecé a entablar relaciones con creyentes. La hermana que vivía al lado de la capilla me dio Evangelios para repartir a las vecinas. Yo no podía callar, necesitaba hablar a todos de la Salvación de Cristo, pues  Cristo es el único camino, la verdad y la vida. Todo esto llegó a oídos del Capitán de la Guardia Civil que llamó a mi marido con amenazas, diciéndole que si yo seguía hablando, lo expulsarían del cuerpo de la Guardia Civil.

Al terminar la guerra, mi marido pidió la licencia a causa de su enfermedad y decidimos regresar a Hornos de Segura (Jaén) donde poseíamos  unas tierras y con lo que obtuviéramos  en la cosecha y un empleo en correos conseguimos  sobrevivir en aquellos tiempos tan difíciles de la postguerra. Yo no había olvidado mi experiencia con el Señor y no me podía callar. Seguía hablándoles a todos los que podía hasta tal punto llegó esto, que la gente me empezó a molestar y me llamó la atención el alcalde, diciéndome que tenía que ir a misa, a lo cual le respondí que no iría. Ante mi firme respuesta, él me advirtió que me atuviera a las consecuencias. Yo le manifesté que no me importaba. Tanto mi propia familia y demás personas hubieran querido que mi marido me quitara la Santa Biblia y demás libros, como el himnario del que yo cantaba. Incluso le llegaron a decir que registrarían nuestra casa, pero ante la situación él pensó llevarlos a casa de un familiar que aparentemente demostró defendernos, cosa que desgraciadamente con el tiempo resultó ser falsa.Cuando quise recuperarlos no aparecían por ningún sitio (después supe que la misma noche que los dejamos en su casa los quemaron). Y gracias a un primo de mi marido pude tener otra Biblia.

Al poco tiempo  mi marido falleció y yo me quedé con mis tres hijos,  pero este golpe no vino sólo. Mi cuñada que era monja consiguió convencerme para que dejara a mi hija ir a estudiar música (Ella era profesora de piano en el convento). Cuando pude escuchar por primera vez mi hija tocar el piano vino a mi corazón el versículo de Isaías 41:10 “no temas porque yo estoy contigo; no desmayas, porque yo soy tu Dios que te esfuerzo; siempre te ayudaré, siempre te sustentaré con la diestra de mi justicia”.

Esta ayuda que me brindó mi cuñada tampoco resultó tan inocente. Tenían muy bien estudiado el plan, su propósito era convertir a mi hija en otra monja. Cuando quise reaccionar y me di cuenta de lo que pretendían, fue tal su oposición que me hicieron recurrir hasta el juez. Fui amenazada con cárcel.

El Señor me empujó a escribir a la Iglesia Cristiana de Valdepeñas que con sus oraciones y la ayuda que me prestó el pastor con sus cartas exponiendo la verdad, que es la que siempre vence y acaba luciendo por mucho que se quiera encubrir, conseguí traer a mi hija a casa.

Gracias al Señor que me ayudó tanto en la lucha de la vida, pues Él está siempre a nuestro lado en las penas y   en las alegrías. Gloria a su nombre.
“Los que segaron con lágrimas, con regocijo segarán” (Salmo 126:5).

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