Pasaba el año 1992,  estaba embarazada de mi tercer hijo. Unos vecinos, nos invitaron a un cumpleaños en su Iglesia Evangélica. Nunca pensé en ir, y no entendía como la gente podría celebrar un cumpleaños en una Iglesia. Pero mi sorpresa fue que, mi marido dijo que iríamos.

Al regresar del cumpleaños, me preguntó con mucho interés,  en qué sitio de la Biblia venían los Diez Mandamientos de Dios; contesté,  que no sabía.  Entonces pregunté a qué venía aquello. Comentó que no entendía porque no lo sabía, si había estado en un Colegio de Monjas tantos años.  No desistió, y llamó a nuestro amigo Jesús Ballesteros, que reside en Madrid, para preguntarle. Jesús quedó muy sorprendido, y le indicó que en Éxodo 20.

Pudo comprobar, que lo escuchado en la conversación entre el vecino de arriba y el Pastor de la Iglesia, durante el cumpleaños, era cierto, al respecto de la omisión de la Iglesia Romana con el mandamiento de no adorar, ni hacer imagen de Dios, en el primer mandamiento.

Su interés creció. Leía la Biblia cada día, y aquellos versículos que le impresionaban, los imprimía en papel, para colgarlo en la pared, y meditar en su significado. Llegó a asustarme.

Siempre pensé en la existencia de un Dios Creador, que era mi Padre, y que me cuidaba y escuchaba, aunque tenía muchas dudas y preguntas, a cerca de muchos temas. Así que, cuando sentí este temor al ver a mi marido tan entusiasmado con la lectura de la Biblia, empecé hablar con el Señor asustada, y poniendo todos mis miedos delante de Él. Todo el día me lo pasaba clamando, pidiendo ayuda, porque pensaba que mi familia estaba en peligro, y decía: Señor, si esta es tú Palabra. y tú quieres que yo la lea, dame a mi también ganas de leer, pues ya sabes que no me gusta, y tampoco tengo tiempo.

Recuerdo que traje una Biblia muy grande de casa de mis padres,  pues estaba sorprendida también, con la lectura de los Mandamientos, y pensé que los que lo habían cambiado eran los evangélicos, pero la Biblia de mi madre, que es una versión Católica Romana, decía lo mismo. La contraste con la pequeña, la versión Reina Valera del 1960, que muchos años antes nos regalo Jesús e Isabel, y después de comprobar que decían lo mismo, empezó también en mí un interés, entusiasmo por la lectura de la Palabra de Dios. Tanto era que como no tenía otro momento en el que pudiera leer, lo hacía cuando daba el pecho a mi hijo, y cambiaba de pecho cuando el niño lloraba. Quedaba absorta, aprovechando mucho aquellas lecturas, pues justo leía,  sin yo entender, las respuestas a todas mis dudas y temores. No tenía conciencia entonces de lo que estaba pasando, pero mis niñas me decían: mamá por qué lees tanto la Biblia, no ves que el niño ha terminado con ese pecho. ¿Mamá qué te pasa?

Así entendí que mis miedos, y temores eran tontos, pues el Señor estaba contestando mis oraciones, y entendí la necesidad que teníamos de su presencia en nuestras vidas, y la sabiduría  con que nos estaba hablado a cada uno en particular, y como cada uno, entendió lo que necesitaba.

En el verano de 1993, tuvimos conciencia de nuestra conversión, pues nos paso como dice el profeta Jeremías, “… me sedujiste, fuiste más fuerte que yo.

Doy gracias al Señor por este milagro tan preciso que hizo con nuestra casa y confió que nos acompañará todos los días hasta el fin.

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